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Oliver, nuestro primer perro

Siempre he tenido perro. Desde que recuerdo, en mi casa siempre nos ha acompañado el peor amigo del gato. Gracias a mi padre, gran amante de los perros, cuando se nos moría, se perdía o nos no lo robaban, mi padre aparecía poco después con otro a pesar de las quejas de mi madre.

El primero que recuerdo se llamaba Bronco. Era un perro pequeño, blanco con manchas marrones, y muy cariñoso. Un día desapareció sin avisar y por muchos años me creí la historia de mis padre de que Bronco había muerto. No hace mucho me confesaron que el alemán vecino de Juan el chofer se lo había llevado a Alemania para que se acostara con su perra. En realidad no lo culpo. Es normal que quisiera mejorar la raza con sangre de perro español. Quién le iba a decir que 20 años después también nos los íbamos a coger en la final de la Eurocopa.

Después tuvimos otro que se murió de confusión al mes de llegar a casa. Era lo más parecido a un labrador, aunque sigo pensando que España no había tantas razas de perro cuando yo era pequeño. Había pastor alemán, salchicha, doberman y los demás eran simplemente, perros. Éste era eso, nada más que un perro. Negro, pequeño, precioso y yo lo llamé Bronco, en honor a mi primer perro “desaparecido”. Mi padre le llamaba Pepe y Juan el chofer le puso Tito. Con tanto nombre el perro se murió al mes debido a una gran confusión. Recuerdo que estaba tirado en un colchón en la puerta de nuestros vecinos alemanes, rodeado de pipí, sin poder moverse. Lo vi morirse lentamente.

Luego tuvimos otro que me mordió la mano la primera noche que llegó a casa. No hubo una segunda noche. Meses después otro que se comió toda la ropa que mi madre tenía tendida en el balcón. Años más tarde tuvimos un par de gatas, Iris y otra que no me acuerdo como se llamaba, hasta que llegó Xila, una perra horrible pero simpática como la madre que la parió. Xila se mudó con nosotros a Miami y en el verano del 98, mientras yo estaba en Mallorca, murió. Otra vez perdía un perro en extrañas circunstancias. Mis padres me contaron que saltando se había dislocado la cadera… ni que fuera una anciana, pensé yo. La habían tenido que sacrificar.

Ese mismo verano, mientras yo estaba solo en Miami y toda mi familia en Mallorca, fui con una amiga a por Suker. Era una bolita de pelo. Mezcla entre pastor alemán y chau-chau, la condenada estaba loca. Ahora vive más tranquila en casa de mis padres y solo se alborota cuando la visitamos los fines de semana.

Desde hace meses Sebas y yo queremos un perro. Lari no quiere y Marcos vota en blanco. Hoy me dijo el Enano que si nos podemos quedar con Oliver hasta diciembre, y ya ha causado revuelo en la casa. Lari aceptó por obligación, pero en su tono le noto el consentimiento de agradecimiento. O sea, que le gusta la idea de que la hayan obligado a tener perro. Sebas se subió al counter del comedor para preguntarme si Oliver podía morderlo ahí arriba. Marcos preguntó si Leah se podía quedar los tres meses también y yo estoy feliz de completar la familia con Oliver, aunque solo sea hasta Navidad.

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